Arrancando las últimas hojas de un libro
Me parece estar arrancando las últimas hojas de un libro, antes de quedarme únicamente con sus tapas duras.
No acierto a ver más allá de la tinta negra de un punto muy chiquitito pero tremendamente certero y notable.
Intento dejar de lado mi yo hastiado, sin pilas, sin ganas, sin fuerzas y como si fuera capaz de vivir dentro de cien Valenias, con tan solo coger de mi armario emocional un recuerdo que ponerme, consigo cambiar mi registro y del gris metálico pasar al azul celeste de este cielo primaveral que recoge mi pelo.
Y creo que le doy el pego, que consigo continuar haciéndole su camino mucho más fácil de recorrer, de vivir, de sentir.
Me agota este tren de mercancías lento, sin ventanas, con paradas cada demasiados kilómetros y durante tan poco tiempo que no me da tiempo ni a darme cuenta de que realmente he parado.
Me agotan los te quieros, que de tan repetidos como mantras, parecen frases de cortesía en un ascensor, en la cola de la carnicería con “¿el último o última porfavor?” , o en las despedidas que nos da la tía Enriqueta del pueblo “recuerdos a tus padres”, “¡¡de su parte tía Enriqueta!!”.
Nos falta fondo, amor, cuando nos reencontramos.
¿Y cómo lo vamos a alcanzar si aún no se ha ido la inflamación de todos y cada uno de mis músculos y ya te tienes que ir? así no tendremos fondo nunca, amor, siempre en la línea de flotación.
No hay relación perfecta, pero sustentar una relación en una voz los 365 días del año descontando los picos sobrantes de cada mes es más jodido que subir el Everest en tanga, topless (por aquello de que no me opriman los putos aros) y sin bombona de oxígeno, que a colgada no me gana ni el Carlos Jesús en sus mejores tiempos.
Así que ya ando preparando mentalmente otros futuros, ninguno con fundamento, pues nada hay más certero que el presente y ese bien dicho que me quiten lo bailao.
Comentarios
Publicar un comentario