Jardín de vertedero
Cómo aprendemos a gestionar las emociones, que a veces, en el intento, nos llevamos a medio entorno por delante, como un toro desbocado, como un jabalí que va de huída, como una abeja acojonada ante tus manotazos que decide clavar su aguijón aunque con ello muera.
Me siento delante de esos manotazos, de esa espesa arboleda que se mueve violentamente y que anticipo en la trayectoria de ese cerdo peludo y cabreado y por último, en esta fábula de animales escogidos, me siento huyendo escaleras arriba en mi casa vieja de pueblo , como en tantas de mis pesadillas, huyendo de un toro que no sé cómo hostias, ha conseguido entrar por la puerta.
De pronto su voz me suena queda, hueca, escasa y detecto que un huracán debe de haber pasado por su cabeza y en el desastre anda encorvado, ensimismado en sus cosas, intentando recomponerlas o al menos entenderlas, para poder volver a ensartar su particular puzzle. Y en ese jardín de vertedero, en que se convierte su cerebro, ando metida yo, entre toneladas de mierda orgánica, plásticos y desidia amontonada, olvidando a voluntad que existo.
Tal vez si sus fosas nasales pudieran estar a escasos milímetros de mi epidermis, tal vez si sus nervios auditivos pudieran escuchar mi respiración rítmica y pausada, tal vez si lograra abrirme entre la mierda y llegar a él...
Sigo escuchando lo parco, lo justo, lo lejano, imbuido en un tono de voz neutro, alejado de cualquier tipo de emoción, asemejado a esa voz del navegador que te dice “en la próxima rotonda gire por la cuarta salida”.
Pero no decaigo, ni abandono, ni me hundo, ni me sumerjo en el fondo de mi bañera para no oír, no escuchar, no pensar.
Me gusta oír, escuchar y pensar para entender el mundo que me rodea un poquito mejor.
Comentarios
Publicar un comentario