Nunca es una palabra demasiado breve
Intento abstraerme de este temblor que comienzo a percibir bajo mis pies.
Intento relajarme, caminar a paso calmo hacia el marco de la puerta, donde me dijeron de niña que era más probable sobrevivir.
Nunca es una palabra que deberían borrar del diccionario porque es de una duración muy breve, apenas segundos en el imaginario del que vive en sus carnes propias lo poco que dura.
Siempre es otra palabra demasiado imprecisa como para ser creída cuando ya llevas caminando por esta vereda algo más de dos lustros.
Su voz se ha ralentizado, como lo hacían mis walkman cuando me iba a la playa y en medio de la canción más chula de El último de la fila la voz de Manolo parecía haber sufrido de golpe y porrazo una grave apoplejía.
Y no tengo pilas alcalinas que solucionen el problema, carezco de las herramientas suficientes para levantar el tapó, soplar el humillo de aquí y de allá, limpiarme las manos de grasa con el trapo arrugado y viejo que llevo en el maletero y con un palillo entre los dientes soltar eso de, ya está arreglao.
Podría hacerme la sueca, la finladesa o la vasca (que pa el caso sería lo mismo, porque se trata de no entender ni querer entender) pero no puedo, ni quiero dejar de traducir los estímulos que percibo de mi entorno, aunque ese entorno quede lejos y lleguen aquí con algún microsegundo de retardo.
Siempre fui una jabata para luchar por aquello en lo que he creído y esta vez no está siendo menos, pero carezco del modo humanamente natural para cuidarlo, mimarlo, enmendarlo, repararlo, sanarlo, acariciarlo, refrescarlo, calentarlo, enfriarlo y todos los putos verbos acabados en "arlo" que queráis añadir, que a mí se me agotan las palabras para describir un naufragio que puede producirse por falta de agua en el que sostenerse y velas que puedan alejarle de todos los peligros que conocíamos de nuestra peculiar carta de navegación.
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