1997 y no amanece

1997, de pie, con un pantalón vaquero de aquellos anchos, rectos, de cintura alta, que atravesábamos con un cinturón de aquellos con hebilla algo rockabilly.

Camisa tejana oscura, abierta, sin abrochar y debajo una camiseta blanca con un dibujo tipo cómic y las letras de New York City sobre la ilustración.

Su pelo liso, negro, a media melena, cae a los costados de su cara. El flequillo está domesticado y parece no entorpecerle nunca la mirada.

Su forma de estar en el escenario transmite una gran timidez, un gran interrogante personificado, que parece preguntarse ¿y yo qué hago aquí?.

Apenas mueve un poco las piernas, flexionando levemente las rodillas. No existe en su expresión corporal ningún atisbo de exaltación emotiva, esa euforia que se observa en la mayoría de cantantes sobre un escenario.

Y cuando canta, cierra los ojos. Apaga su particular platea, los palcos y las gradas más altas, que casi con devoción, lo miran. 

Él no nació para interactuar con el público. Nació para cantarles, para regalarles las canciones más bellas escritas. Una voz profunda y tremendamente triste.

Un trastorno bipolar andaba columpiando sus emociones desde lo más alto hasta lo más bajo de aquellas barras de hierro de los 80 clavadas sobre gravilla en todos los parques infantiles de España. En un ir y venir continuo, sin apenas descanso.

Y ni la cercanía con el sol, cuando estaba allá arriba, ni la oscuridad impregnada de humedad cuando estaba allá abajo, consiguieron arrancarle esa sensación de no andar nunca del todo bien.

Y no amanece en tu cara y no amanece en tu espalda y no amanece en casa.

Te fuiste un feo día de mediados de noviembre. Feo, aunque el sol brillara en esos días de otoño que invitan a que nos roce la piel sin hacernos daño.

Te fuiste sin haber pretendido irte. Sin que ese fuera tu siguiente paso planeado. 

Te fuiste porque tu vagón andaba cansado de aquella montaña rusa y solo buscaba un puto carril de desaceleración. Pura calma, calma chicha, ni frío, ni calor.

Fue un 1997 cuando aquellas madrileñas y madrileños te pudieron disfrutar en el palacio de exposiciones y congresos.

¿Y yo? ¿dónde estaba? tendría que haber estado cogiendo un tren para Madrid. Pero eran años de bella desconexión y aquellos conciertos pasaban de largo para veinteañeras de provincias.

Y no amanece en tu cara y no amanece en tu espalda y no amanece en casa.

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