Compartir sonrisas y vivirlo como un suplicio
Sin duda la confianza ciega en el querer de la persona que nos acompaña desde hace años nos lleva a saltar, esquivar, cerrar los ojos, tapar los oídos a la atención que requiere el otro.
Damos por hecho que siempre va a estar ahí, que no requiere nuestra plena atención, nuestro feedback, nuestro interés, nuestro reconocimiento.
Es así como poco a poco, el otro va descubriendo que da igual lo que le mande, da igual lo que quiera compartir con él, lo va a ignorar.
Así que un buen día descubre que, dotado por el interés que da el motor del enamoramiento, del cortejo, de la atracción sexual, otro u otra se interesa por tus cosas, te presta atención, te muestra feedback, te reconoce.
Y montones de rupturas se van apilando sobre las muestras de desinterés, de vacío, desprecio o invisibilidad.
Ayer le envié un vídeo de un minuto en el que tres violinistas y una violonchelista, tocaban, como lo harían los ángeles en el caso de existir, la melodía de la intro de Acontece que no es poco, de Nieves Concostrina.
No lo abrió, pese a que el vídeo iba acompañado de mi texto informándole de mi grata sorpresa al encontrar la melodía descrita.
Y hoy, “que no tenía tiempo, que tenía otras cosas que hacer, que tiene pendientes no sé cuántas películas que aún no ha visto…que…” No le di tiempo a continuar…”Solo duraba un minuto”.
Y se fue enfadado a abrir el maldito vídeo, como quien recibe un castigo, una fustiga en su espalda, aceite hirviendo desde la muralla.
Y yo ando pensando…no vuelvo a mandarle otro vídeo…lo que significa no volverle a compartir a la persona que me acompaña en esto de vivir, nada que me haga gracia, que me guste o que me emocione, porque al final, en vez de compartir para que reconozca mi sonrisa aunque no la comparta, parece que le esté mandando un suplicio.
Otros u otras tendré para compartir.
Comentarios
Publicar un comentario