Aprender a ser buena madre

 


Se me va la pinza y no sé cómo hacer para que no se me vaya.


Ni libros de psicología, ni vídeos del BBVA con neurólogos, psicólogos y ciento un terapeutas, ni el sursum corda haciendo el pino puente. No aprendo una mierda.


La teoría me la sé. Controla tu ira, no hables hasta que no te hayas calmado, detente, respira, aléjate del momento y lugar.


Y una mierda pinchá en un palo. Ni controlo mi ira, ni callo, ni me detengo, ni me centro en mi respiración, ni me alejo. Aprieto un botón, rojo como el fuego, en mi puta cabeza y me vuelvo loca majareta. 


Y toda mi furia desatada, cual torrente de lluvia como acaba de pasar a 60 km al sur de mi casa, se desata en un pasillo de tres metros.


No me puedo escudar en que mis hijos ya me conocen. No me puedo escudar en que me ponen al límite de mis nervios. No me puedo escudar en que llevaba desde el minuto cero que entré en casa después del trabajo, tensándome la cuerda. 


No tengo excusa, ni argumentos, ni derecho, ni perdón.


Y el mal ya está hecho. Gritos, sentencias que faltan a la verdad, ofensas, miradas cargadas de rabia, falta de racionalidad y mesura.


No me costó nada parir dos niños. Unos cuantos empujes y niños fuera. 

La naturaleza nos dotó de musculatura en el suelo pélvico para ayudarnos a parir.


¿Dónde se dejó las herramientas de paciencia a raudales, sensatez y control de emociones, para no acabar despotricando como cuando teníamos 12 años?


Necesito inteligencia artificial, un chip o cualquier otra mierda que obtenga en mi lugar eso llamado ser buena madre.

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