Ay, Enrique, ay
Ay, Enrique, ay
1988 Enrique ¿lo recuerdas?.
Tú andabas por tus veintiocho primaveras, yo por mis doce veranos, ambos, en la lejanía que marcan lugares de nacimiento y las distintas generaciones que nos formaron cultural y socialmente, anduvimos disfrutando y penando los entresijos de aquella década de los ochenta.
A ti, como a muchos otros de los que fuisteis jóvenes en aquella década, os pilló la aguja infectada de muerte.
A mi, incipiente adolescente, todavía niña con ínfulas de mujer y a muchos otros como yo, nos protegisteis, de alguna manera macabra, con vuestra desgracia, de coger el relevo de esa misma aguja de muerte.
A once mil trescientos quince días de aquellos días, ya me convertí en mujer y camino hacia esa tercera edad que tú ya nunca tendrás oportunidad de vivir.
Escucho tus canciones, cierro los ojos y te veo y me veo con aquellas camisas anchas de cachemira, con aquellas hombreras imposibles sobre los hombros, con mi flequillo a lo Julia Otero, mis zapatones con flecos, pantalones hasta la cintura lindando el cinturón rockabilero con las mismísimas costillas.
Te escucho y tienes la eterna capacidad de atrapar con tu voz todas las luces y las sombras de una época, de una década, en la que el humo inundaba nuestros pulmones en los bares, las melenas ondeaban al viento sobre los ciclomotores y con ellos y aquel viento, nuestros cráneos se fraccionaban en mil astillas contra el asfalto.
Aquella época, aquella década, en la que los jóvenes se unían en tribus sin andar por la selva y los pijos eran muy pijos, los heavys muy heavys y los punkis eternos antisistema con botas militares y casas abandonadas por okupar.
Yo me calcé las botas militares, me recorté los cuellos y mangas de mis camisetas en los últimos coletazos de aquella década pero muchas de tus canciones ya andaban escritas y otras muchas quedaban por escribir y en la intimidad de mi habitación y de aquellos magníficos walkmans que ofrecían la música que les pusieras solo para tus oídos me quedé colgada a tus vinilos por muy punki que comenzara a pintarme o rascaran las guitarras en mis otros vinilos.
Hoy siguen sonando tus acordes, siguen sonando tus letras en tus cuerdas vocales, atrapadas para siempre entre este cielo y esta tierra que nos circunda y yo sigo transportándome con ellas allá donde el viento soplaba con luces de neón sobre los escenarios, las guitarras andaban con metros de cable enganchadas a la luz, como los fetos a las placentas de sus madres y tú entre tus luces y sombras andabas componiendo aquellas canciones, esas canciones, estas canciones que seguiré regalándole a mis oídos mientras el cuerpo aguante en esta fiesta llamada vida.
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