Cuentos inverosímiles
Tuve una alcahueta dentro de mi, una buscavidas, una cuentista, una ilusa, una imaginativa joven con ínfulas de escritora de novela romántica...¡¡qué digo!!, romántica no, ñoña a rabiar, a morir, a matar...
Varias cartas manuscritas y un empecinamiento pseudosuicida a la hora de fijarme en los chicos que me molaban, me llevaron a colgarme de su recuerdo como se quedó Enrique Urquijo, colgado de un cuadro en su pared.
Y solo a base de hostias, que dolieron infinitamente más que las físicas, me despegué de su pared y el golpe ha quedado como un eco sordo y continuo en mi costado que me recuerda y recordará mientras viva, que el poder de la imaginación es tan sumamente hijo puta y traicionero que es capaz de contarte los cuentos más inverosímiles y hacértelos creer con más certeza que las horas de sueño que te calzas.
Sentí miedo, angustia, arcadas empujando desde la boca de mi estómago y una impotencia absoluta de no poder cogerme, como en las pelis, por la base de mi barbilla y empujarme contra la pared para gritarme, mirándome a los ojos, lo gilipollas que había sido durante tantos años, durante tanto tiempo.
Pero afortunadamente la angustia ya pasó y hoy cuando lo recuerdo solo siento un profundo asco y una ínfima compasión por su ser, por su persona, por lo que nunca pudo haber sido.
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