Hasta siempre tierruca

Se me han suicidado las ganas de llorar, de ahogarme con mi propio llanto, de deshacerme como tarrina de helado olvidado.

Se me ha suicidado el alma sensible, se ha quedado en shock, se ha convertido en estatua de mármol blanco o gris o beige sin más modificación gestual que el fondo de mi pupila negra que mirando a la nada cambia casi imperceptible su diámetro arriesgando a quien se asome a ellas a precipitarse por un profundo y oscuro barranco.

Quería despedirme de mi tierruca, sentir en mi piel la hoja de una navaja afilada despegando mi carne de los huesos hasta dejarme sin fuerzas ni vida para seguir mirándola.

Mi tierruca, mi amada tierruca recién adoptada como segunda casa. Esa tierruca que emergía como milagro de la nada después de haber pasado las tierras secas y áridas del sistema ibérico.

Las notas del viento del norte se repiten dentro de mi cerebro como banda sonora de estos dos últimos años de mi vida y las imágenes de esa tierra de la que me enamoré por ser el abrigo que lo arropó, acunó y acogió desde su primer gorjeo, me bloquean la mirada y el corazón en un triste balanceo sobre la cuerda en la que hoy me mezo.

No es verdad que siempre fuiste gris tierruca, tienes el don de ser enormemente bella incluso aunque no te de de lleno la luz del sol. Tu gente anda enamorada de ti hasta las trancas y yo comencé a estarlo nada más pisar los pies en ti.

Tienes la fuerza que solo el norte puede dar y me alegro profundamente de que los tuyos jamás te olviden ni te abandonen.

Algo de ti ha quedado tatuado en mi alma. Algo de ti permanecerá imperecedero hasta el final de mis días.

Hasta siempre tierruca.

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