Languideciendo
"Por favor, cuéntame todo con ligereza, incluso tu tristeza." Patricia Cavalli
Mi mente se está empezando a nublar, lo noto por el desorden que tímidamente empieza a imperar en mi casa.
Y no me gustan los pasos que se dan hacia atrás, me acojona si quiera imaginar nuevos estados de apatía que me paralicen, como hace años, pegada a la nada en vez de a la vida.
Se me amontonan los trastos, el polvo depositado sobre muebles, puertas y ventanas, se me amontona la ropa sucia sin lavar y las ganas de peinarme.
Una suave capa de miedo encera mi piel sin lustre, brillo, ni texturas suaves. La vuelve mate y ceniza como el conjunto total de su dueña.
No quiero que mi estado de ánimo dependa casi en su totalidad de esas descargas eléctricas que me empeño en creer que solo el amor puede darme. Quiero aprender a ser feliz en mi soledad, sin necesidad de sentirme querida por alguien ajeno a mi.
Pienso en cómo poco a poco las personas al envejecer se van despidiendo. Algunas sufren el suicidio colectivo de sus neuronas y poco a poco van olvidándose de quienes fueron y de los nombres, rostros y afectos de los que quisieron. Otros van languideciendo poco a poco como avanzan los elefantes hacia su cementerio y en ese languidecer van pasando cada vez más horas, dormitando sobre sus barbillas, haciendo cada vez más escasa su comunicación, hasta que un buen, mal o necesario día, se van.
A otros les llega sin previo aviso y pueden decir que es muerte natural, pero realmente es lo más parecido a la espada de un samurai, que muere matando, pues es una muerte que te arranca la vida de cuajo, a ti y a los que te rodean, privándoles de tu presencia, de tu calor, de tu vida.
Con el amor imagino que pasa algo similar, va languideciendo, se va despegando cual marco de un armario barato, o como ese estampado guapísimo de tu camiseta favorita que, a fuerza de lavados, acaba siendo una caricatura irreconocible de lo que fue.
Puede que los silencios prolongados que estoy escuchando, como ensayos de música atronadores, de esos cuatro chavales del barrio que empiezan a rascar guitarras y aporrear bombos en el garaje de al lado, sean los pasos inevitables de una vida que lentamente va caminando hacia su propio ocaso.
Comentarios
Publicar un comentario