Me deseó la muerte

 No había vuelto a releer sus cartas desde hace alrededor de unos 8 años.


De nuevo 8 años mediando entre épocas de vida.


Me produce una emoción embargada de cariño, de afecto, de ternura porque al leer sus letras visualizo a un joven de 28 años que no ha conseguido olvidar a ese primer amor que a todos nos marca.


Y siento lástima por recordar que ese joven enamorado del recuerdo de su primer amor se convirtió pasados los años en un auténtico y verdadero hijo de puta, psicópata, de alma oscura y profundamente malvada.


Me deseó la muerte y así me lo afirmó, absolutamente convencido de su deseo, “ojalá te mueras”. 


Tremendo deseo que nunca podrá justificar con absolutamente nada que yo le haya podido hacer, si hacer significa el mero hecho de mostrarle que lo recordaba y que si sus pasos hubieran querido, nos hubiéramos podido reencontrar. 


Pero mi muestra para él era poco más que ver al puto diablo, cuando jamás le escribí directamente, ni le envié ningún tipo de mensaje, más allá de hacer un pedido de material de su grupo de rock a mi nombre. 


Tal odio cultivó por mi que solo poder leer mi nombre como destinatario encendía todas sus alarmas como si el mismísimo Lucifer estuviera llamando a sus puertas. 


Con ignorarme hubiera sido más que suficiente o decirme abiertamente, olvídame, ya pasó tu hora.


Pero no, su impulso fue absolutamente asesino, psicópata y violento.


Y desde entonces concluí que es un error el echar las culpas del comportamiento de un hombre a su mujer, como si ellos fueran eternos infantes que no pueden ser responsables de sus propios actos.


No señor.


Él y sólo él fue responsable de esa forma de odiar, visceral y agresiva.

Él y sólo él, articuló sus labios para formular sus amenazas.


Él y sólo él mostró su terrible escala de valores, su moral, su conciencia, absolutamente negra y turbia, como las almas de los más despreciables hombres que han habitado esta tierra.


Así que me siento tremendamente afortunada de que el destino me cerrara esa puerta de golpe, con la suficiente virulencia para que vislumbrara al puto monstruo que había detrás.


Le estaré eternamente agradecida de haberme mostrado su verdadero rostro.


Hasta siempre, ese siempre bien pintado de nuncas.

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