Miles de agujas se me clavan dentro
Miles de agujas se me clavan dentro, sin medias tintas, sin ser superficiales, sin tener propiedades curativas.
Miles de agujas atraviesan mi garganta y mis ojos y mi pubis, mis entrañas, mis pezones, mis orejas para perforarme el cerebro y hacerlo trizas.
Me siento la reina de los boletos de lotería no premiados, la de los "¡mierda! ¡Por un número!", la de los premios de consolación del “por lo menos tengo” y estoy tan cansada y encabronada ya con este rol de mierda, que no puedo más que despotricar, aunque solo sea a través de estas letras.
Trato de verlo, de visualizarlo, de imaginarlo, de dotarle de la veracidad de que adolece, de tararearme melodías mentales una y otra vez que me calcen silbando y mirando hacia otro lado, una utopía que de tan idílica suena a guasa.
Y como veis esta aprendiz de chulapa vaquera de aquel lejano oeste no me autoconvence ni soplando con mirada arrebatadoramente arrogante el humillo de su revolver.
Así que por aquí ando con las mil y una agujas clavadas sin saber si al menos me servirá de algo tanto metal alojado en mi cuerpo, si aprender a vivir con estas parejas de baile imaginarias son una manera más de vivir la vida, la mía, la que he elegido vivir.
Porque no me quiero contar la historia de malas suertes ni hostias en vinagre, porque la vida que cada cual vive es el resultado de las elecciones y pasos que ha ido dando y lo demás lluvia que moja y sol que seca.
Hoy puede ser un gran día y mañana también que cantaba mi Serrat.
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