Mirando sin mirar
Todavía no consigo comprender cómo pude pensar que podría sobrevivir de aquella manera.
Tan fuera de mi, tan fuera de todo lo que pudiera significar afecto, contacto físico, besos, caricias, miradas...
Cierro los ojos e intento recordar cómo era aquel órgano suyo causante de que en su DNI hubiera una M y no una F y no consigo siquiera inventarlo.
Tal vez nunca llegué a mirarlo de cerca, tal vez si lo hice fue con tan poca atención que se desdibujó de mi memoria como lo hacen los rostros con los que te cruzas en la cola del supermercado.
Hoy pensé que hasta esa porción de nuestro cuerpo se memoriza con verdadero afecto como lo haces al recordar unos labios, un lunar o aquel oyuelo perfecto que se le formaba al sonreír, pero que solo eso llamado amor puede dotar de suficiente memoria al cerebro para retenerlo cual fotografías de polaroid que pueden ir perdiendo el color pero nunca la forma de lo que retrataron.
Y me faltó el amor, ese amor con mayúsculas que fotografía y retiene aunque hayan pasado décadas y te hace reconocer una espalda, una forma de caminar, una carcajada.
Puedo recordar su cara pero ni un solo rincón de su cuerpo.
Doce años sin querer siquiera adivinar, mirando sin mirar, viendo sin ver, sintiendo sin sentir.
Hoy recordé ese que fue causa de su M en su DNI y lo pude recorrer en mi memoria con la precisión de un pintor de siglos pasados, aquellos que pintaban con máxima exactitud hasta el último pliegue y lo recordé bello y perfecto y entendí que esta vez, hay memoria, que esta vez hay amor.
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