No tengo lacrimal para tanta ola
Ha puesto el listón muy alto, porque la puta barra que tenía que saltar la había tenido siempre tirada en el suelo, junto a la colchoneta esa alta y molluda llena de tierra y polvo que andaba siempre descolorida, de tan jodidamente estática, que le había tocado vivir.
Ya no me valdrán breves arrumacos, ni sonrisas teñidas de lascivia mientras me dicen te quieros impostados, escuchados al apuntador o leídos en esa pantalla que siguen los presentadores del telediario de la uno, de la dos o de cualquiera de las otras mierdas de cadenas.
Ya no me tragaré juanolas con mujer de su vida, ni canciones de Jhon Lennon como bolas de cristal para coser calcetines colgadas en la pared de enfrente de mi habitación.
Hoy no creo en nadie, ni siquiera en mi.
Una yo que cree morirse cada vez que en verdad se muere, pero que resurge de sus cenizas como el puto ave fénix y ya no sabe si en verdad murió o ha sido puto pez fuera del agua siempre.
Estuviste cerca Valenia, esta vez estuviste cerca, pero demasiado lejos y los amores gigantes también se derrumban y cuando hincan sus rodillas en el suelo no hay ni Dios que los levante y creo que habéis doblado los dos las putas rodillas y andáis mirandoos a los ojos derrotados, cansados, jodidamente hastíados.
Y yo desde aquí os observo, con los dedos pegados con loctite al teclado.
Hoy solo el sonido de las teclas consigue calmarme, o redimirme, o mandarme tan lejos o cerca de mi misma que consiga abstraerme, estampándolo como un sello redondo y legible con tinta roja o azul en estas páginas.
Hoy quisiera dejar atrás este mar que anda subiendo por mi garganta porque la sal me escuece horrores y no tengo lacrimal para tanta ola.
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