Por fin me he hecho mayor

Me quedo mirando a la nada durante largos minutos y lo hago porque en realidad estoy mirándome hacia dentro, muy dentro, allí donde anidan imágenes, timbres de voz ausentes, tactos que se han quedado a vivir en mi piel y todas las cosas bonitas que merece la pena guardar y recordar.

No siento rabia, ni rencor, ni desaliento, ni autocompasión.


Ni me miento, engaño o encubro la realidad para hacerla más malvada, porque sencillamente no lo es, porque cuando las cosas suceden es porque no estaban cómodas tal y como se encontraban y no hay nada mas saludable que dejar ir, como animal salvaje en libertad a aquello que se siente atado por algún lado.


Me sorprendo a mi misma con diálogos interiores tranquilos, calmos y positivos que me cogen de la mano y no me sueltan, hora tras hora, para acompañarme en estos días de inusitada actividad cerebral en que me veo inmersa .


Creo que, por fin, como me diría mi madre, me he hecho mayor.


He empezado a descolgar marcos de fotos, guardar figuras y objetos que como fetiches del amor había ido depositando en cada rincón de mi casa para que al verlos pudiera sentir más cerca a aquel que andaba tan lejos.


Hoy mi casa parece desvalijada, desvencijada, hueca.


Como esos pisos vacíos que vas a ver para comprar o alquilar y guardan tras sus sombreadas paredes los huecos donde hubo una vida en forma de cuadros, cabeceros de cama, pelos rebeldes agarrados a los desagües, en un intento desesperado por permanecer cerca de sus dueños, ahora ya, abandonados para siempre.


Cierro la puerta con llave y voy pensando en nuevas fotos, nuevos marcos, nuevos objetos que me devuelvan la sonrisa al mirarlos.


Mis niños, mis ilusiones, mis proyectos andan frotándose las manos para pillar el mejor sitio.

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