Rodar en formato onírico
Sufro de involución.
Me vuelven a afectar las películas como cuando era niña y al dormir alguien le daba al play en mi cerebro y metía la pesadilla de turno.
Dos noches que me he podido ver una peli antes de dormir, la primera Cold war y la segunda Slumdog millionary y ambas que me gustaron la hostia por hache, por be, por blanco o por negro me han provocado pesadillas.
En una perdía a mi niña de seis años entre una multitud y en la otra denunciaba un futuro asesinato del que tenía conocimiento.
En ambos casos gritaba con voz afónica y por más que esforzaba mis cuerdas vocales hasta sangrar nadie me entendía y me miraban entre la carcajada, el ceño fruncido del que no entiende lo que le quieren decir, pero además desconfía y el odio del que está preparando sus cuádriceps y gemelos para arrancarse a alcanzarte de una sola zancada.
Y al despertar juro que me escocía la garganta como si me hubiera pasado la noche en fa sostenido forzando mis cuerdas vocales, como debieron hacerlo guerreros con las cuerdas de su arco apuntando a muros aparentemente inquebrantables.
Sufro de involución y en el fondo me alegra pensar que, en no pocas ocasiones, los estímulos que recibo, que percibo, viajan sin pedir permiso entre mis neuronas y deben andar haciendo petits comités, debatiendo, doliéndose, enervándose, emocionándose, cagándose en pequeñas conclusiones a las que este escaparate, que es la vida, te lleva a rumiar y por las noches, a rodar en formato onírico, en sala vacía, apoltronada en la mejor y más centrada butaca de ese, tu peculiar cine.
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