Sangre roja

Llevaba días exaltada y en la confianza que dan cuatro paredes, un suelo y un techo me encrespaba hasta no quedar una sola de mis fibras sin enrojecer, cada vez que intentaba hacer comprender a mis padres septuagenarios que nos venía una acatombe si entraba a gobernar en este país la extrema derecha.

Fin total de la sanidad pública "mamá recuerda que el tío entró a las 09h de la mañana a urgencias con un dolor terrible en el bajo vientre y lo hincharon a calmantes que no le hacían efecto, para tras hacerle una simple radiografía, por la mañana, decidir que le iban a hacer un tac a las 18h, 9 horas después de haber entrado en urgencias y tras el cual vieron, oh, vaya por Dios, que un tumor que no habían visto en la radiografía le había reventado el intestino y corriendo a operar de urgencia 9 horas más tarde con el cuerpo lleno de heces y su corazón colapsando para morir sin ni siquiera poder despedirse de los que más quería" pero la culpa de tal envite, según mi madre, no era la merma de capacidad de personal y medios en la sanidad pública, si no el hecho de que en urgencias también habían personas inmigrantes esperando...

Y yo me encendía como una bengala, subía alto, muy alto y mi madre y mi padre se miraban despavoridos a los ojos pensando que su hija (que siempre pensaron que era un poquito roja) se había radicalizado casi, casi como la caleborroka en sus viejos tiempos.

Demasiados años envuelta en la mortaja de la prudencia han dado paso a que mis piernas y mis brazos hayan roto el capullo de seda que me envolvió durante tantos años y desatados los nudos que me amarraban a un yo cohibido y autocensurado para ser yo plenamente.

Aún así no me gusta que mi carácter apasionado viva la política desde ese desasosiego que me lleva a despotricar cuando me embarga el sentimiento de rabia e impotencia ante la ceguera de los que me quiero. Necesito ser más paciente, más respetuosa con la opinión, equivocada o no, de los que me rodean, no tratar de convencer de que les engañan, porque en mi pasión emotiva les espanto y asusto más que convezco.

Ya ha pasado lo peor y aunque me siento más relajada ahora es tiempo de autocrítica, de observar cómo manejan los resultados los demás. Cómo los que me rodean, pese a no haber ganado los que ellos querían, mantienen la calma y no se desesperan ante la llegada del cataclismo que veía venir yo con el signo contrario.

He de cuidar más de mi gente y aprender a respetar aunque me encienda la impotencia de la manipulación a la que son sometidas tantos miles y miles de personas.

Que mi sangre roja se inunde de calma y no se empeñe en pedir tan enfervorizadamente peras al olmo.


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