Se me hacen costureros los dientes
No me pidas que hable porque se me hacen costureros los dientes y desde dentro me cosen los labios.
Soy una excelente oyente, pero una pésima parlante, a la que si encima le apremian a que les cuente algo, sus neuronas huyen despavoridas chocándose unas contra otras, precipitándose las mas asustadas por los acantilados de aquellas zonas del cerebro que no les pertenecen mientras unas pocas valientes tratan de encontrar aquella conversación que, interesante o no, les salve de esa angustiosa improvisación.
Tal vez por eso me gusta tanto la soledad, porque no tengo obligación de hablar, porque si tengo conversaciones largas y distendidas son conmigo misma y aunque suene a locura son realmente provechosas y me ayudan a reconocer mis emociones, ilusiones y espectativas.
Llevo cuatro décadas sintiéndome afortunada de vivir entre muchos mas parlanchines, oradores, narradores, pensadores en voz alta, que silenciosos pensativos oyentes y sonrientes y eso me hace la vida francamente mas fácil y entretenida.
Suerte que no nacieron muchos como yo porque si no, esta bola grande y azul, andaría sumida en un inmenso y largo silencio.
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