Se pierde el sabor de las sorpresas
Se pierde el sabor de las sorpresas primigeneas, porque sin querer, sin mala intención, su recuerdo le incita a contar que eso, parecido, ya lo vivió.
Y a mi la emoción de sorprender se me va por el desagüe, cual mierda recién salida de mi intestino grueso.
Nadie me contó que los amores número tropecientos tendrían de todo menos originalidad, en nada, salvo que nuestros cuerpos son distintos para el otro a los tropecientos anteriores.
Me siento lerda, gilipollas y absurda porque cuando una sorprende espera que al otro no se le ocurra mentar que eso mismo ya lo vivió hace no se cuánto hostias y al mismo tiempo me encabrono con mi propio encabronamiento porque no veo delito en contar que algo parecido ya lo vivió, que no nació ayer, ni yo soy la novia más original del mundo mundial y que, a ver si me lo meto de una vez en esta inmadura sesera, salvo regalarle un viaje a la luna todo lo demás ya está inventado, vivido y experimentado.
No he podido disfrutar de una página en blanco común para dibujar a cuatro manos los paisajes, garabatos y manchurrones que nos hubiera dado la gana.
Todo parece una burda repetición de aquellas primeras veces y a mi me nace una mala hostia que ríete tú de la mala de blancanieves.
Y se que es verdaderamente absurdo, pretender vivir una historia en un fantástico mundo de oz paralelo al que me circunda y en el que todo está por descubrir por primera vez, pero no se cómo quitarme de encima este revuelto de estómago, que no alimenta, ni resarce en nada más que aliñar con regusto amargo lo realmente importante de la vida.
Comentarios
Publicar un comentario