Trozos de sueño pegados al pelo

Me desperté con trozos de sueño pegados al pelo, a mis párpados, con las mejillas coloradas, a medio camino entre el furor que dan ciertos esfuerzos físicos y el asombro con tintes de vergüenza que enturbian todas las escenas oníricas vividas.

Anoche por fin pude quitarme esa chaqueta de punto que andaba cobijando en mi enormes castillos de arena, tan endebles como imaginarios.

Sin embargo en esa absurda bacanal en que se convierte mi mente sin pedirme permiso, lo absurdo coqueteaba con sentimientos que me producían desconcierto y náuseas, aderezados con ciertas dosis de excitación y atrevimiento que se saltaban con descaro todas las fronteras del mundo, sin pasaporte y con la chulería del bandolero antiguo con su barba de mil días en las cuevas de Despeñaperros allá por donde yo no era siquiera un proyecto de vida.

Y entre barbas, bacanales y desconciertos desperté yo después de una magnífica tarde de jazz manouche con la sensación de cielos despejados y resuellos que me trago porque ya no tengo prisa de llegar a ningún sitio.

Ahora comprendo mucho mejor las matemáticas y que sumar siempre enriquece sea en la forma, estado y ubicación que el destino, la casualidad o ese juego de la silla con su gong inesperado te inviten a ocupar en la silla que más próxima te haya quedado.

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