Un sonajero en su bolsillo
Corría despavorida a refugiarse de la muerte.
Llevaba en sus brazos a aquel pedazo de su ser al que tanto amaba.
Corría, corría y corría pero en su desesperación sus pies adelantaron a esas pobres suelas de goma y doblando las rodillas su cuerpo venció su peso y el de aquel pedazo al que tanto amaba y acabó con los labios en la tierra que la vio nacer y que tan poco leve le iba a ser.
Le arrebataron su derecho a ser madre, le arrebataron su derecho a ser hijo.
Le arrebataron su futuro y la memoria en el recuerdo de aquel pedazo de su ser con apenas 9 meses.
Qué desesperación tan grande debieron de sufrir todas aquellas mujeres, que además de ser mujeres eran madres, madres de niños de teta, madres de niñas que ni siquiera sabían limpiarse sus mocos verdes, madres de niños con sabañones en manos y orejas a los que nunca nadie peinaría para ir al colegio, madres de niñas con miradas huidizas en aquella carrera vertiginosa hacia la pubertad, madres de aquellos que por el resto de sus vidas quedarían huérfanos de los besos más sinceros.
Qué desesperación tan grande.
Y ahí anduvo el sonajero con los colores alegres de la niñez, de la vida, del amor de una madre hacia un hijo en su afán por dibujarle las sonrisas desde la más tierna infancia.
Y ahí esperó 83 años mirando hacia un cielo cubierto de tierra para tal vez algún día volver a sus manos, a las de aquel pedazo de su ser que no la recordó, que no la besó, que no la amó porque no le dieron la oportunidad de aprender a amarla.
Corrió despavorida a refugiarse de la muerte, pero la muerte la alcanzó.
En tu recuerdo Catalina.
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