Emoticono de ausente
Mi niña me dice que ponga una cara contenta, mientras va haciendo su circuito de patines delante de mí.
Se ve que el emoticono que debe mostrar mi cara es triste, de mal humor o emoticono ausente que todavía no sé si lo han inventado, pero de no existir, para definir una emoción bastante presente en mi últimamente, deberían colocarlo ahí, entre tanta bola amarilla con ojos.
Mi suerte o mi desgracia es que soy excesivamente solitaria, es como si yo misma tirara de mí con una gruesa cuerda trenzada y me supusiera un esfuerzo enorme salir de mis cuatro paredes para relacionarme socialmente.
Entre salir a compartir risas o adentrarme en un bosque plagado de vida, pero solitario de humanos, con una silla plegable (si chavalería, la que escribe ya tiene más de cuatro décadas en toda la arquitectura sobre la que se apoyan sus nalgas y cuando se sienta en una roca más de diez minutos le duele hasta el último pelo de la coronilla, al osar desencajar los huesos del culo, de esa generosa piedra a la que, por azar, le haya tocado aguantar mis posaderas) y un libro bajo el brazo, en la mano o metido en una mochila, prefiero como ya sabréis, quedarme con la segunda opción.
Y decía que esta suerte de balanza, que se inclina siempre hacia el lado solitario, es la puta pescadilla que se muerde la cola, de forma que ya no es tanto el hecho de que me guste la soledad si no que al estar sola me apetecen mucho menos las relaciones sociales, aunque cuando esté rodeada me sienta agusto, me sienta bien.
Es por esa curiosa naturaleza mía de hablar mucho más conmigo misma que con el resto de humanos de esta gran bola azul, que ha funcionado durante 674 días esta relación a distancia que ha sido mi aliento y mi soga.
Mi aliento porque me devolvió la ilusión que debí de perder allá por mi recién estrenada pubertad. Mi soga porque esta relación me vuelve todavía más solitaria y hacer el amor onanísticamente con un fantasma cansa de la hostia y hastía del copón.
Así que no sé si aprovechar ese aliento que me dio a conocer y pegar el salto o si al pegarlo, si no he cortado bien la soga, me ahogo como lo hacían desgraciados inocentes en los antiguos cadalsos.
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