Velatorio

En ocasiones siento que lo estoy velando a la cabecera de su cama, que de pronto susurro como oraciones siseantes e ininteligibles y si me abstraigo soy capaz de sentir hasta un rosario entre las manos con sus bolas minúsculas y perfectamente redondas que me ayudan a volar en su deslizar por mis dedos hacia otros tiempos más lejanos.

La fe religiosa ha generado guerras, asesinado cantidades ingentes de almas buenas y arruinado vidas en su afán por decidir qué caminos son correctos y cuales no.


Yo no siento ese tipo de fe, la mía es un tipo de fe guerrera, sin armas, cabezona, constante, que trata de pintar arcos iris como consecuencia de cielos muy nublados.

Que ve luz entre tanta sombra y que ni con una orden de deshaucio claudica, a no ser que sea la propia casa la que con un gesto silencioso, simple y educado me abra su propia puerta, de par en par, para que salga.

A ratos salgo y entro del velatorio. 

Veo, escucho, siento al cadáver tan cerca de mí, que en ocasiones pienso que su propia necrosis puede saltar a mis tejidos blandos y a esos etéreos que conforman eso llamado alma o pensamiento y me espanto, revelo, evado, para no sentir la muerte en mis propias manos.

Por momentos parece que el muerto resucita y un enjambre de mariposas aparece de la nada y decora mi cabello, otorgándole el brillo y la espesura de mis primeros años mozos.

Pero tan pronto como resucita el muerto vuelve a dormitar en su lecho de desidia, apatía y miedo, miedo a la nada, al viento en contra, al estómago vacío y las noches demasiado largas y yo quisiera volverme viento a favor, cantidades ingentes de comida y hacer de sus noches (las del muerto) ráfagas de luz que de tan intensas queden tatuadas por siempre en sus recuerdos.

No quiero plañideras si al final el muerto se muere, no quiero “qué bueno fue”, ni “jamás volverá a nacer alguien como él sobre la faz de esta tierra”, porque es mentira que uno es más bueno por el hecho de morirse, si en vida no fue tan bueno, porque la vida da muchas vueltas y entre sus piernas tiene la capacidad inagotable de parir a personas únicas e irrepetibles en el buen sentido de la palabra.

Hoy voy a abrir la puerta del velatorio de par en par y darle la oportunidad al aire de que limpie el ambiente viciado que ha quedado en ese cuarto, tal vez el oxígeno, ese algo etéreo y transparente consiga revivir lo inerte.

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