Sin los ingredientes adecuados


Mis padres se están haciendo cada vez más mayores, aproximándose a ese abismo de cifras en los que todos sabemos que esa que nos llega a todos, anda apuntando, cada vez, con más puntería. 

Mi madre siente cada vez más la vejez de su cuerpo y le cabrea sobre manera, le deprime, le hace mirar hacia atrás con una gigantesca nostalgia anudada al pelo y yo me siento ínfima, insignificante, transparente, inútil, insípida (si es que alguien tuviera que comerme) y un sinfín de adjetivos chungos, de esos que tiran de la autoestima hacia el suburbano que habita nuestra piel. 

Porque no consigo inventar lugares en los que pudiera recuperar esas ganas, esa ilusión, esa aceptación de las etapas de la vida. 

No consigo suplantar identidades de gente infinita mente más sociable que la acompañaba en sus Pascuas con aquellas alubias que hacía su madre, sus San Antonio con aquel fuego en la estufa de leña y padres, hermanos, sobrinos, tíos y medio pueblo subiendo y bajando por las escaleras de la casa. 

Sus veranos de mesa larga, cafés nocturnos y mujeres con su misma sangre compartiendo risas y mantel. 

Me quedo en nada, evaporada, descafeinada, edulcorada, como la mona de Pascua de Mercadona, sin los ingredientes de toda la vida que hacían de la masa algo inigualable entre tus dientes. 

Y quisiera encontrar la fórmula para ser como fueron ellas, tan sociables, tan habladoras, tan amantes de las quedadas femeninas familiares. 

Pero me quedo como un walkman sin pilas, con aquellas emisiones lentas, alargadas, desquiciantes, solo que yo, encima, no hablo.

Hoy me he pasado la mañana buscándoles caravanas, proponiéndome el enormísimo reto de que por ellos aprendería a llevarla para que cada fin de semana de mayo no tuvieran más que coger su coche y marchar a su caravana bien colocadita en una parcela frente al mar, como siempre ha querido mi madre. 

Y en ese soñar con doblegar la cabezonería de mi padre a no querer salir de su casa, dormí 10 minutos de siesta con la imagen de los dos, esos fines de semana de primavera, disfrutando de nuestra mutua compañía con una sillita, sombrilla y un libro frente al mar.

Pero mi madre hoy a mi propuesta de sueño compartido le decía que no, que ya no tienen edad, que ya para qué. Como si la vida fuera hasta los 70 y de ahí para arriba todo y todos los demás, poco importaran.

Se que tengo que reinventarme, dejar de idear sueños imposibles e intentar darle lo que necesita, aunque jamás consiga emular a las mujeres que echa de menos, que al menos, en algo, le dé el pego. 

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