Obligado a ser funambulista
¿Cuánto vale la vida? ¿qué valor le damos cuando el viento sopla a favor y parece que podemos llegar a allá donde nos propongamos?
Mi amigo Alejandro, el que siempre ha tenido una sonrisa cariñosa, absolutamente sincera, de esas en las que sabes que puedes cobijarte eternamente, porque nace de la amistad verdadera.
De esa amistad difícil de encontrar en los tiempos individualistas por los que andamos.
Ha sido obligado, a sus 50 recién cumplidos, a ponerse el traje de funambulista y a caminar haciendo equilibrios, sobre una cuerda suspendida, en lo alto de un barranco.
Hace ya dos veranos, en la terraza del bar de nuestro pueblo, bromeábamos porque Alejandro había perdido mucha audición de su oído izquierdo y parecía que alguien más se me unía al club de la sordera.
Pasados esos dos años, este otoño, de pronto comenzó a perder el equilibrio y su oído izquierdo dijo adiós a la audición completamente.
Ante esos dos síntomas, no pudo eludir más el consultar a su médico.
La resonancia magnética le explicó el porqué de su nuevo oficio de funambulista. Cuatro tumores benignos enraizan en su cerebro, siendo el que anda adentrándose en su Tronco encefálico, el que más dificil le pone, esto de seguir viviendo.
Y me lo cuenta junto al río que nos vio crecer con la misma sonrisa en la boca tierna y bondadosa, esa que tanto le caracteriza. Y añade la frase "No me digas que esto no es vivir con emoción".
Y a mi el estómago se me llena de lágrimas que mando hacia allá abajo para que mi Alejandro no se lleve más mierda. Y al momento nos hacemos esta foto, abrazándonos como si en ese abrazo se pudieran ir los tumores a tomar por culo.
Y me quedo con la angustia agazapada en mi pecho, sin poder creer que la vida pueda patearnos tan arbitrariamente como lo hace, sin que puedan existir anticipaciones por una mala vida, por abuso de tóxicos, por actividades de riesgo que nos cuenten que "se veía venir". Nada. Te viene la hostia y no sabes ni por dónde ha llegado.
Por eso pienso que perdemos demasiado tiempo de nuestras vidas preocupándonos, literalmente, por gilipolleces, nimiedades sin importancia vital, olvidando parar para escuchar, alto y claro, a nuestra suerte, contarnos que vivimos en uno de los puntos del globo terráqueo con más probabilidades de vivir con altas dosis de dignidad, en un tiempo y un espacio dignas de envidiar por otros tiempos y otros espacios.
Hoy se me han jodido los audífonos y no podía escuchar.
A la primera angustia que me ha cogido entre pecho y espalda, le ha seguido la sonrisa tierna y cariñosa de Alejandro recordándome cómo y cuánto hemos de valorar la vida, haciendo salto de longitud y de altura a todas aquellas pequeñas cosas por las que, de ninguna manera, vale la pena penar.
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