El patchwork que mejor te definía

Echo de menos tus hazañas de 850 kilómetros, tus llamadas a media noche ululando como el viento que ya estás aquí.

Echo de menos mis sorpresas, mi primer vuelo acojonada, pero drogada hasta la mismísima médula con un chute endógeno de adrenalina made in me. A mis cómplices distrayéndote y a mis manos rodeando tú cabeza cual antifaz de falanges pequeñas que identificaban el sexo pero no a su portadora.

Echo de menos tu iglú, de tela naranja como el mejor de los techos bajo techo en medio de tu comedor. Esa luna redonda y brillante que bajaste de la “nube” para ver en tu televisor, con una suave melodía de fondo, mientras brindábamos con mimosas y el chocolate de los ferreros de imitación hacía nuestros besos más dulces.

Echo de menos las cajas enormes de cartón, repletas de retales tuyos del pasado, que aunando, conformaban el patchwork que mejor te definía, el que mejor te retrataba.

Echo de menos que me sorprendas más, que inventes un juego de cartas para mí y me mandes una mano en la distancia para jugarla contigo. Que sigas tú también mi juego, que trata de hacer de esta monótona distancia algo con ritmos que despierten nuestros adormilados sentidos.

Te echo de menos a ti y a todo lo que ese de ti desprende.

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