Haciendo el muerto panza arriba
El tiempo ha pasado con inusitada rapidez.
No se ha detenido, ni ha remoloneado en ninguna de sus esquinas, para dejarme disfrutar de esos momentos que uno ansía detener en un pause continuo.
No se de qué color pintarle la cara a mis días venideros, si verdes, azules o colorados. El caso es que estoy inmersa en una especie de mar en calma, haciendo el muerto panza arriba, flotando con ayuda de la sal, cómoda, como si anduviera sobre el mejor de los colchones y me siento liviana, relajada y no vienen a mi más peros, ni “y sis”, ni qué me puedo dar que no me hunda.
Tal vez mis momentos de pesadumbre y negatividad me han ayudado a relativizarlo todo de una manera práctica y reflexiva y miro al frente con ganas, otorgándole a cada uno de los múltiples caminos que puedo visualizar un cartelito con todo lo bueno que cada uno de ellos me puede dar.
Ya no hay pozos, ni tierras movedizas, ni ays que me muero de pena, pues como bien decía mi yaya todo tiene remedio excepto la muerte.
Y después de estos 15 días de vacaciones reflejados en mis lúnulas encaro el nuevo curso de vida con el entusiasmo de una escolar ante su primer día de cole.
No tengo síndrome postvacacional y lo que pase en la Cámara baja de las Cortes Generales no me va a quitar el sueño, ni los sueños.
Así que aquí sigo, flotando panza arriba y preparando el quitaesmaltes para borrar la huella de unas vacaciones que ya han pasado.
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